Gotas de otoño

Gotas de otoño
Cuando una hoja cayó a la fuente, y se llenó de agua, me di cuenta de mi error, de que nada era como antes. Pero podía volver a serlo, aunque sólo fuese un poco.

miércoles, 26 de enero de 2011

Capítulo 2

CAPÍTULO 2.




Oí el nombre de Jaime y de Mario, pero por desgracia, ninguno de los dos estaba en mi clase, al igual que Quique y Cata. Igual que el año pasado.
La directora del colegio, dio la típica charla de principios de curso, que aburría a todo el mundo y que lo único que provocaba era alboroto.
Una vez habían dicho todo lo que tenían que contar, cada uno se fue a la clase que le habían asignado.
Segundo de bachiller, según me había dicho Miri, no era del todo fácil, tenías que currártelo y, además sacar una buena media.
Al subir a clase y sentarnos cada uno en el pupitre que el tutor nos había asignado, me fui fijando en mis compañeros.
Estaba Ana, Beatriz, Alejandra, Iñigo, Fran, Lucas, Pedro, Sofía y muchos más, hasta llegar a los treinta que éramos.
Conocía prácticamente a todos, pero había al menos dos caras que no me sonaban de nada. me fijé en ellos, un chico y una chica.

El chico tenía el pelo rubio y por lo que llegué a ver, los ojos marrones, era alto y bastante guapo, tenía unas fracciones muy marcadas. Se parecía un poco a Dani.
Solo el acordarme de él, me hacía daño, porque sabía que estaría en Londres, pasándoselo genial y sin pensar en España ni en mí. Dejé de mirar a ese chico y me volví hacia la chica.

Era morena, con los ojos marrones también, parecía algo rellenita, pero muy guapa de cara. Llevaba aparato dental y no dejaba de sonreír.

Al terminar la presentación, me levanté dirigiéndome primeramente a la chica.

- Hola, soy Aurora, ¿Cómo te llamas?
- Hola, encantada. Soy Sandra.
- Encantada. – La di dos besos. – Espero que te guste el colegio, bueno o que al menos no te parezca un sitio de locos.
- No me lo parece, tranquila. – Me dijo riéndose.
- Y, ¿Ya has hablado con alguien?
- Sí, he conocido a una chica que parece bastante maja, creo que va a letras.
- A ¿sí? ¿Y cómo se llama?
- Lara.
- Ah, ya sé quién es. Bueno si quieres puedes venir conmigo en el recreo o con ella, y que sepas que aquí estoy para todo lo que necesites.
- Pues muchas gracias, pero me lo dijo ella antes. Mañana sin falta me voy contigo.
- Como quieras. Venga, nos vemos luego en clase.


Parecía bastante maja, nada tímida y muy alegre. Me transmitía muy buenas vibraciones, por eso me sentaba tan mal que se fuese con Lara.
¿Por qué precisamente con ella? ¿Es que no había gente suficiente en todo el colegio?

Lara, la niña que yo más odiaba en todo el mundo, la que más negra me ponía y sin ninguna duda la más gritona e insoportable.
Creo que se nota bastante que no puedo con ella.
Desde pequeñas íbamos a la misma clase y siempre me había tratado fatal, creyéndose superior a mí y a todas las demás, gritando a diestro y siniestro sin importarle absolutamente nada, pero sobretodo criticando a las espaldas, que era algo que yo odiaba con todas mis fuerzas.
Por eso no la podía ni ver y cuando me dijo Sandra que se iba a ir con ella, me cambió la cara y me puse prácticamente blanca.
Todas las chicas nuevas, que parecían majas, se iban con ella y después de unos días ni me miraban, ni me hablaban, me ignoraban de la misma manera que hacía Lara, sólo que ella me ignoraba cuando la venía bien, porque cuando no, no hacía más que poner al mundo en contra mía.
Por suerte, mucha gente del colegio me conocía y sabía cómo era yo en realidad. Por ese motivo se quedó más sola que la una, porque nadie la creía absolutamente nada de lo que decía y porque intentaba malmeter a todos.


Me salí al recreo, y me estaban esperando Quique, Fran, Iñigo, Lucas, Miri y Cata. Por ser “los mayores”, teníamos más derechos, así que podíamos salir del colegio durante el recreo, siempre y cuando volviésemos a la hora que volvían a empezar las clases.
Salimos a la calle y empezamos a pasear. Me distraje un momento y mis amigos me dejaron atrás sin darse cuenta.
Iba a darles un grito cuando una moto se paró justo a mi lado.
Me quedé mirándola y al conductor también. No me daba muy buena espina. Así que me dispuse a echar a correr, pero el motorista me cogió de la mano antes de que pudiese hacer nada.
No quería perder la compostura, porque si le demostraba que tenía miedo, a él le gustaría más, como me habían dicho siempre, así que no dije nada.
A los pocos segundos el motorista se empezó a reír y un sentimiento de agobio y nerviosismo pasó a toda velocidad por mi columna vertebral.
Quería gritar, pero no lo hice, porque cuando el chico se quitó el casco sólo pude sonreír.

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